La onda estuvo así, estábamos todos (familia, amigos, conosidos, etc.) en una fiesa, en un pueblo que se llama Hamarik Dambhú, que por alguna razón en la biblia dicen que estaba yo en una boda en Caná, yo ni conozco ese pinche pueblo, pero bueno, el caso es que ahí estabamos toda la banda reunida, y no falta el güey que no calcula bien cuanta gente va a ir a su fiesta, se nos acaba el vino y la música sigue sonando.
Al principio yo no quería hacer nada, pero luego ya todos empezaron a insistir, y a decirme que qué me costaba, que ya había hecho aparecer un bosque en pleno desierto, que si era yo puto, en fin. Al final acabé aceptando, pero les dije a mis compas, que ya me tenía empalagado el pinche vino, y que les iba a dar a probar el mezcal. Todos se me quedaron viendo raro y no faltó el grito de "¡Ya bájale, mamón!".
Fue gracias a ese cabrón que gritó eso, que nomás hice ese milagro una vez, claro, despué de un rato todo el mundo me las andaba dando por un traguito de mezcal. Por suerte aprendieron su lección: "No le digas mamón al hijo de Dios".